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Crisis de materias primas, despilfarro y economía circular

Un determinante básico del desarrollo basado en la tecnología es la disponibilidad adecuada de materias primas, esta condición no puede quedar asegurada ni por una mejora del rendimiento de los procesos productivos ni por un intenso reciclado de los residuos. Incluso en una situación de “crecimiento cero”, serían necesarias nuevas materias primas y la única estrategia económica que daría lugar a una situación ecológica estable se basaría en una disminución constante de la actividad, es decir, del consumo y de la producción, en definitiva, en la desmaterialización de la economía.

Este nuevo universo que el ser humano pretende crear surge, por desgracia, sin una evaluación previa de sus repercusiones sobre los recursos naturales y ambientales disponibles, porque es utópico pensar que todo será “verde” o “azul” en el planeta.

Si el encarecimiento de las materias primas, sobre todo las no renovables, alcanzase cotas adecuadas, lo que es totalmente previsible y lógico a plazo más o menos largo dada su escasez, tendría como clara consecuencia sobre la incitación a su intensiva reutilización. Pero en contrapartida, aquellas sociedades menos desarrolladas y con un poder adquisitivo menor, sufrirían las consecuencias de la subida de precios hasta su regulación normal en el mercado.

El ser humano no tiene sino una visión lineal del camino que siguen las materias primas (cadena de suministro), las cuales van desde el momento en el que se extraen hasta el momento en que se desecha el producto que las contiene; será necesario trabajar para convertir este camino en circular. Las actividades de reducción en la fabricación y uso, reutilización y servitización son el necesario contrapeso de las de consumo o utilización y reciclaje.

A la preocupación de la década de los sesenta y ochenta de lucha contra la contaminación y fomento de tecnologías limpias, siguió la de los 90 de combatividad ante la pérdida de toneladas de materias primas y de kilovatios; referida  también a la destrucción de la capa de ozono y el desarrollo sostenible, hasta llegar al nuevo siglo, con la preocupación del cambio climático y por la pervivencia del planeta al ritmo de consumo y crecimiento poblacional. Las llamadas tecnologías duras casi habían sido desplazadas. El nuevo esquema productivo exigía evitar la contaminación por medio de técnicas de reciclado interno (cierre de circuitos), abandono de los esquemas de fabricación obsoletos, más preocupados por la productividad de la mano de obra que por el rendimiento de utilización de las materias primas, y utilización de técnicas de reconversión de los residuos y desechos industriales, obteniendo los materiales de origen (recuperación y reciclaje).

En la crisis actual de materias primas cualquier residuo despierta interés y se convierte en recurso, no solo desde el punto de vista político, sino también económico. Las crisis, en efecto, revalorizan los minerales pobres, las escombreras, las basuras domésticas, los residuos agrícolas, los excedentes energéticos de las industrias, todo ello estimula el reciclado del papel, la chatarra, el calcín, los neumáticos fuera de uso, los aceites minerales usados, etc., pero eso no basta.

La política ambiental de los años 60 y parte de los 80, la vieja economía ambiental, consideraba la contaminación como un mal necesario del crecimiento industrial, de nefastas incidencias ecológicas, que había que minimizar en la medida de lo posible y consideraba la inversión en medidas correctoras de dicha contaminación, como un impuesto que grava injustamente los presupuestos de las industrias. A la estrategia de saneamiento ambiental, más bien pasiva, mezquina y resignada, ha dado paso la estrategia de explotación de los subproductos y residuos de la fabricación de los desechos del consumismo. Tal estrategia, sin embargo, no hace nada más que demostrar que, además de una actitud altruista espontánea por parte de los empresarios, se transforma en un objetivo desde una óptica basada en consideraciones de rentabilidad económica.

Por tanto, se trata de establecer un compromiso económicamente aceptable entre la modificación de los procesos de fabricación tradicionales del reciclado o recuperación de los efluentes y residuos industriales o por lo menos, la destrucción de estos últimos a menor coste posible, en una táctica empresarial de tratar de minimizar los insumos para que éstos no se generen, diseñando productos y procesos para no contaminar (ecodiseño) y previendo dichos productos para su mantenimiento en el mercado el mayor tiempo posible.

La producción de energía a partir de los residuos, el reciclado de las materias primas no contaminantes, la reutilización de productos, el diseño de nuevos productos más duraderos y menos agresivos al medio, la transformación de la materia orgánica en compost y biogás, en definitiva, la desmaterialización y la descarbonización de la economía, constituyen la nueva aventura industrial de la presente década.

Otra respuesta al reto de la escasez de materias primas consistiría en la modificación de tecnologías para que consumieran exclusivamente materias primas renovables. Así mismo se conseguiría elevar el techo de la disponibilidad de recursos limitados mediante la explotación de los yacimientos marginales además del reciclado de los desechos y residuos ya citados.

Muchos, sin embargo, cifran sus esperanzas en la posibilidad nunca desmentida de descubrir nuevos y ricos yacimientos que eliminarían enteramente el problema de la escasez de recursos naturales. Aunque ciertamente, es posible descubrir buenos yacimientos, sin embargo, hay que tener en cuenta que no solo ha habido un constante crecimiento cuantitativo en el consumo de materias primas, sino también simultáneamente un constante cambio cualitativo y por ello no es la solución.

Dada la incertidumbre de la posibilidad de encontrar en el planeta nuevos ricos yacimientos para zanjar el gravísimo problema de escasez de materias primas y como el desarrollo tecnológico debe orientarse a la búsqueda de otras alternativas basadas en energías renovables, habrá que planificar muy bien cómo alimentar a una población creciente en el mundo, suministrarle agua potable y dotarla de los mínimos servicios de calidad para que la salud y el bienestar primen sobre lo demás.

José Vicente López Alvarez,

Director del Grupo de Innovación Ambiental y Economía Circular. Universidad Politécnica de Madrid
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