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La economía circular, ¿un modelo incuestionable?

Sobre las bondades y beneficios que tendría la implementación de un modelo de economía circular, probablemente, todos hemos oído hablar. Sin duda, las ventajas que reportaría aplicar un sistema inspirado en los principios de la economía circular son evidentes y tremendamente seductoras, y cualquiera que indagase un poco en la materia, pronto se daría cuenta de ello.

Ahora bien, tampoco parece creíble que un modelo económico, por ventajoso que pueda ser, ofrezca soluciones a todos los problemas y evite las crisis y los conflictos, y garantice la prosperidad eternamente. De hecho, solo hay que analizar la historia de la humanidad para darse cuenta que, pese a que con cada revolución económica que se ha producido a lo largo de los siglos, el desarrollo de nuestra civilización ha ido afianzándose más y más, hasta alcanzar en la actualidad un mundo con las menores tasas de pobreza de las que se tiene constancia (según el Banco Mundial, en 2018, solamente el 8,6 % de la población mundial vive en la pobreza extrema), no ha existido nunca una época de progreso económico a la que no le sucediera una grave crisis que pusiese en tela de juicio el modelo económico del momento.

Así, el Imperio Romano, después de siglos de prosperidad, que lo convirtieron en el más poderoso de su era, sufrió una profunda crisis en el Siglo III d.C, que propició la lenta pero definitiva decadencia de las urbes romanas y afectó profundamente a la red comercial romana, sucesos que, sumados a otros factores, supusieron, dos siglos después, no solo el fin del propio Imperio Romano Occidental, sino que también sumergieron a Europa en la Edad Media, una era oscura y, en general, de pocos avances (en cuanto al ámbito económico, tecnológico y social se refieren), de la que tardaría siglos en salir. Igualmente, con las Revoluciones Industriales, el incuestionable crecimiento económico y el gran desarrollo tecnológico que se alcanzaron, propiciados por las nuevas ideas liberales y capitalistas, vinieron acompañadas de un éxodo rural sin precedentes y una mayor automatización del trabajo, que generaron grandes tasas de paro y miseria en las ciudades, incapaces de absorber a tanta población de manera tan rápida, y una proletarización de los trabajadores, que más tarde daría pie a otras ideas, como el socialismo, el marxismo o el comunismo, que, siglos más tarde, especialmente con la caída de la Unión Soviética, demostrarían que tampoco fueron capaces de ofrecer respuestas efectivas a los retos a los que se debían enfrentar. Tras los dorados años 20, el Jueves Negro trajo consigo el famoso Crack del 29, que destruyó innumerables puestos de trabajo y sirvió como caldo de cultivo para que surgieran movimientos políticos que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, la crisis del 2008, que llegó tras un gran boom económico, ha dejado una profunda mella en la economía de múltiples países, que aún padecen las consecuencias.

Una crisis económica conduce a la adopción de cambios que generan nuevas políticas y modelos económicos, más o menos grandes, que comienzan trayendo prosperidad pero que terminan desencadenando nuevas crisis, de mayor o menor envergadura, que obligan, a su vez, a adoptar nuevas políticas. Y así, sucesivamente. De hecho, la propia idea de una economía circular surge precisamente en esta época de crisis económica (precedida por décadas de bonanza) en la que, pese a tener un modelo que ha conseguido tamaña reducción de la pobreza, ha generado una crisis financiera global, una destrucción y precarización del empleo, y una desconfianza entre buena parte de la población. Por ello, no sería muy descabellado pensar que, a la vista de estos ciclos de bonanza-crisis que se muestran comunes y habituales a lo largo de la historia, la economía circular acabase provocando, en algún modo, una crisis que terminase cuestionando el modelo económico que ahora todo el mundo alaba.

Vaticinar cuáles serán estos problemas que podrían originarse en un futuro, ocasionados, directa o indirectamente, por la adopción de un modelo económico circular, no es tarea fácil, al igual que, en general, tampoco fue fácil en su día predecir que las consecuencias de adoptar unas determinadas políticas económicas, serían las que finalmente fueron. La economía es una fuerza generadora de cambios, a veces esperados y a veces inesperados, pero, a la vez, otros agentes externos generan cambios en la propia economía. La cultura, la política, los desastres naturales, los cambios demográficos, etc. influyen de manera determinante en la economía, pues la economía no es un fenómeno aislado y ajeno a los cambios que se producen en el mundo, sino que forma parte de ellos, siendo al mismo tiempo sujeto activo y pasivo de dichos cambios. Por cuestiones económicas se han generado guerras, y por culpa de guerras no directamente vinculadas a motivos económicos, se han generado crisis económicas.

La economía circular pretende dar respuesta a problemas como la crisis de abastecimiento de recursos, el crecimiento desorbitado de la población mundial, el cambio climático, la contaminación de los océanos y del aire, la falta de capacidad en los vertederos para acoger todos los residuos que se generan  etc. y se puede afirmar, con bastante rotundidad, que la adopción de un modelo circular ayudaría a hacer frente, en gran medida, a todos estos retos que, hoy en día, son los que más amenazan y comprometen, de manera directa, a nuestro desarrollo económico. Por tanto, teniendo en cuenta las predicciones de crecimiento, y el análisis de las soluciones propuestas, parece obvio que, efectivamente, implementar un modelo económico circular es la opción más sensata y plausible para hacerles frente, por lo que se debería adoptar este modelo sin un atisbo de duda.

Ahora bien, puesto que, como se ha dicho, la economía es una fuerza tanto generada por cambios, como generadora de cambios, y teniendo en cuenta que es altamente dependiente de otros fenómenos asociados, su implantación ya no resulta tan sencilla, ni sus consecuencias tan previsibles, de ahí que, hoy por hoy, sea todavía más un debate y una idea que una realidad palpable (salvo excepciones).

En primer lugar, resulta complejo adoptar este modelo económico puesto que, cultural, política y socialmente aún existen grandes escollos que no son fáciles de salvar. Es cierto que, pese a que la sociedad está cada vez más concienciada medioambientalmente, todavía existen brechas ideológicas, generacionales y culturales. Ciertos grupos sociales que, políticamente, también tienen que ser escuchados, no tienen el mismo nivel de conciencia ambiental, o no la consideran una prioridad a la que deban prestarle mucha atención. Por ello, en ningún caso, se logrará implantar un modelo de economía circular si este se regula y debate a espaldas de aquellos; su implantación debe hacerse de manera integradora y progresiva, de lo contrario, para estos grupos será contemplada, más que como una solución, como una imposición y, en lugar de aceptarla con agrado y concienciarse, nunca se implicarán y serán reacios al cambio.

Del mismo modo, las soluciones y teorías de la economía circular las estamos planteando en un contexto histórico y en un ciclo económico concreto. Vivimos en una era de relativa paz (al menos, en Occidente) y de cierta prosperidad económica (pese a la crisis, la tendencia sigue siendo al crecimiento), pero no es menos cierto que la inestabilidad política que también se vive en buena parte del mundo, y que las predicciones de nuevas recesiones económicas que se avecinan, pueden desencadenar acontecimientos que frenen el avance de estas teorías de economía circular o que hagan virar los postulados hacia otra dirección completamente diferente.

Además, a pesar de que los retos medioambientales a los que debemos enfrentarnos son evidentes, las causas que los generan y las soluciones que se proponen no gozan de una respuesta unánime por parte de la comunidad científica, ni con respecto al fondo, ni con respecto a la forma. Al depender las teorías de la economía circular, en buena medida, de la opinión y del respaldo científico, la justificación de la necesidad de implementarlas, las formas más eficaces para hacerlo y el margen de tiempo que tenemos para ponerlas en práctica, dependen también de ellas, así que tampoco resulta fácil obviar estas cuestiones, seguimos, en buena medida, a expensas de los postulados de la ciencia, y los científicos aun no son capaces de ofrecer una visión uniforme.

Por último, el modelo económico circular se presenta como una solución global para problemas globales y, aunque es cierto que, en la actualidad, como consecuencia de la Globalización, el mundo está mucho más interconectado y la frontera entre lo local y lo global es cada día más difusa, haciendo necesaria la cooperación internacional para lograr combatir todos estos nuevos retos, no es menos cierto que no todos los países, ni todas las regiones parten de la misma línea de salida, por lo que resulta evidente que, ni pueden llegar a la meta al mismo tiempo, ni pueden ofrecer las mismas soluciones de manera uniforme. Por ello, si se desea implantar un modelo de economía circular, las metas deben ser las mismas para todos, pero no se les puede exigir a todos llegar al mismo tiempo, ni por las mismas vías, puesto que siguen existiendo desigualdades interregionales que difícilmente se van a solventar ignorando las circunstancias particulares e individuales de cada una de ellas.

Por otra parte, los beneficios esperados de la economía circular, tanto a nivel medioambiental, como laboral y puramente económico, son ya conocidos y cuentan con bastante respaldo (aunque, insisto, no es un respaldo total), sin embargo, predecir con exactitud la magnitud de esos beneficios se antoja imposible y, además, los cambios que se producirían en el mercado laboral y en la estructura económica de la sociedad en caso de que se llevase a cabo la transición hacia este modelo, exigirían realizar ajustes y provocarían otros cambios políticos, económicos y sociales que son igualmente difíciles de prever. Así las cosas, si bien tenemos cierta certeza de que los cambios serán positivos en muchos aspectos, desconocemos qué implicaciones reales tendrá a largo plazo cambiar nuestro modelo económico de esa manera y, salvo en contadas ocasiones, nadie habla sobre los posibles efectos negativos (sería iluso pensar que no existirían). Por ese motivo, tampoco podemos asegurar fehacientemente que la economía circular será la panacea.

Pensar que el mero hecho de implantar un modelo de economía circular, será la solución definitiva a todos los problemas y supondrá el avance último y perentorio de la Humanidad, se asemeja a las ideas que recogían varias teorías que algunos líderes políticos e intelectuales plantearon tras el final de la Guerra Fría, como la “tesis del fin del mundo” del politólogo nipo-estadounidense Francis Fukuyama, quien vaticinaba, en 1992, que, una vez desmantelada la Unión Soviética, triunfaría la democracia universalmente y, con ello, se acabarían las guerras y las revueltas sangrientas, por lo que habría llegado “el fin de la Historia y el último hombre”. La Guerra de los Balcanes,  el Genocidio de Ruanda, las Guerras del Golfo, La Guerra Civil de Libia, o, más recientemente, de Siria, entre otros, han demostrado que su tesis no tenía mucho fundamento. Muchos fueron los que, en su época, defendían los postulados de Fukuyama y, actualmente, también parece que son muchos los que depositan todas sus esperanzas en la economía circular y la consideran el culmen de la evolución del modelo económico; de algún modo, es una forma de vaticinar nuevamente el fin de la Historia pero, al igual que el triunfo de la democracia no supuso el fin de los conflictos armados, no creo que la economía circular acabe con las crisis económicas, porque, tanto la política como la economía, aunque son dos de los pilares fundamentales sobre los que reposa la Humanidad, no son fenómenos aislados y absolutos, sino dependientes (e interdependientes) y maleables.

En suma, podemos afirmar que la transición hacia una economía circular, no solo es, en general, beneficiosa, sino consecuencia directa de la propia adaptación y reforma del modelo económico que, como Humanidad, venimos haciendo desde el origen de nuestra historia. Cada vez que la situación lo ha exigido, hemos sido capaces de ofrecer respuesta y solución para seguir desarrollándonos y, aunque las consecuencias no han sido siempre las esperadas, la experiencia también nos demuestra que, incluso cuando, aparentemente, se han producido un retrocesos, los avances nunca se han detenido y la historia de la Humanidad ha seguido su curso.

La historia nos ha demostrado igualmente que los cambios llevan su tiempo, por lo que la transición hacia una economía circular no se producirá de la noche a la mañana; así como también nos ha enseñado que no existe un modelo perfecto o infalible así que, aun en el caso de que consiga implantarse, no debemos considerarla como impecable e inmejorable, pues es probable que, con el paso de los años, nuevos acontecimientos nos hagan darnos cuenta que debemos seguir aplicando reformas que nos ayuden a hacer frente a los desafíos de cada momento.

Por todo esto, considero que debemos mostrarnos optimistas tanto con respecto a nuestro futuro, como con respecto a la economía circular, pero siempre con la prudencia que a veces parece olvidarse. No debemos dar por sentado que en un futuro conseguiremos un desarrollo económico sostenible basado en los principios de la economía circular, ni tampoco que, si alguna vez lo logramos, este supondrá el fin de nuestros problemas. Si queremos lograr implantarlo hay que trabajar para ello de manera sensata, constante y realista, no llegará por sí solo; y, si se consigue implantar, debemos estar siempre dispuestos a plantear mejoras. Tampoco debemos contemplar otras alternativas o las opiniones disidentes como peligrosas, estúpidas o inconciliables con estas teorías, cuestionarlas y debatirlas nos puede ayudar a perfeccionarlas o, incluso, a encontrar otras soluciones todavía más efectivas. Los futuribles son siempre hipotéticos y cuestionables, por eso, sin dejar de mirar hacia el futuro, tenemos que trabajar en el presente, con la mente abierta y preparada para cambiar cuando las circunstancias lo exijan.

A día de hoy, parece que, sino todos, muchos de los desafíos a los que estamos intentando hacer frente, se pueden solventar gracias a la economía circular, por eso, hoy por hoy, la economía circular parece la mejor de las alternativas; pero para todas aquellas preguntas que siguen pendientes de respuesta, así como para las que vengan en el futuro, solo podemos seguir investigando y explorando. No podemos afirmar que la economía circular será la solución definitiva, pero sí que podemos estar bastante seguros de que, en el camino hacia la transición, seremos capaces de seguir desarrollándonos y creciendo, adaptándonos al mundo cambiante, en definitiva, seguiremos buscando las respuestas para continuar avanzando, como venimos haciendo desde el mismo inicio de la Humanidad.

Ignacio Belda Hériz Linkedin Twitter

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