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Todo cambia ¿para que nada cambie?

Si por algo pasará a la historia este año 2020 será, sin duda alguna, por la actual crisis sanitaria que está atravesando el Planeta por culpa del nuevo coronavirus conocido como Covid-19, que, desde su origen a finales de 2019 en un Mercado de la ciudad china de Wuhan, se ha expandido como la pólvora por el resto del mundo, hiriendo mortalmente a países enteros, confinando a buena parte de la población mundial, paralizando la economía y generando una severa incertidumbre de cara a los próximos años.

Teorías conspiranoicas aparte, con independencia de cuáles hayan sido las causas que han provocado este virus, lo que es evidente es que esta crisis va a provocar cambios en nuestros sistemas, con unas consecuencias que van más allá de las trágicas muertes que está dejando a su paso. Por lo pronto, ya ha hecho temblar los pilares de la Unión Europea y ha cuestionado todo el modelo de la Globalización. Es probable que a causa de este virus caigan gobiernos enteros y que viejas rencillas olvidadas entre países ahora vecinos y amigos vuelvan a reavivarse. La amenaza de una recesión económica es ya una realidad y con una crisis económica en ciernes, la estabilidad política y social puede quebrarse incluso en el corazón de Europa, que aún se encuentra recuperándose de la crisis anterior. El año 2020 será el año del Covid-19, el año en el que el coronavirus sacudió el mundo, los años que le sucederán serán determinantes y, en gran parte, las decisiones políticas y económicas que adopten gobiernos y organizaciones serán determinantes para que pasen a la historia como los años en los que afrontamos una crisis y supimos resolverla, o aquellos en los que seguimos destruyendo, progresivamente, nuestro modelo de bienestar y nuestro modelo económico que tanto tiempo nos llevó desarrollar.

Los cambios se van a producir innegablemente, la pregunta que nos debemos hacer ahora es si nosotros vamos a cambiar también o si vamos a pretender ignorarlos y seguir por la misma senda hasta que nuestro sistema ya no pueda aguantar más y colapse  por completo. La solución no será fácil ni inmediata, eso está claro, por lo que padeceremos las consecuencias de esta nueva crisis durante un tiempo, pero si no comenzamos a idear y planificar medidas que ayuden a soliviantar los efectos devastadores de esta crisis, ni a hacer frente a sucesivas crisis de índole similar, acabaremos devorados por nuestro propio sistema. Creo en el proyecto europeo y considero que la Globalización es un efecto natural y necesario de la propia evolución humana, sin embargo, también soy consciente de que el miedo y la necesidad de hacer frente a esta pandemia y a sus consecuencias, provocan una situación de “sálvese quien pueda”, en la que Estados amigos bloquean material sanitario en sus fronteras impidiendo que llegue a los países de destino que los han comprado, o en la que se han limitado las exportaciones para evitar quedarse sin suministro, en la que se ha ocultado información, en la que se ha vetado la entrada a ciudadanos provenientes de otros países o en la que se han bloqueado ayudas económicas a los países más afectados.

No sería justo tildar todas o, al menos, la mayoría de esas actitudes como insolidarias, pues es difícil ser solidario cuando un reto de estas magnitudes está llamando a tu puerta y tienes que tomar la decisión de proteger y garantizar a tus ciudadanos una seguridad ante una amenaza que desconoces, más bien, lo que ha quedado patente es que un sistema donde existe tanta dependencia entre Estados, una deslocalización de la producción y unas fronteras cada día más imperceptibles, puede provocar que ciertos países queden demasiado expuestos ante situaciones que, aunque creíamos superadas, solo estaban tardando en regresar. Ante este nuevo escenario, en el que las fronteras se han vuelto a cerrar a cal y canto, en el que se ha parado la economía casi por completo y en el que todos los países han tratado de barrer hacia casa en vez de colaborar, las dudas y las preguntas que surgen son varias, ¿es este el principio del fin de la Globalización?, ¿de qué sirve mantener un modelo económico de producción en masa cuándo una se cierran las fronteras y se paraliza el consumo?, ¿cómo podemos hacer frente a sucesivas crisis de esta magnitud cuando nuestro modelo de vida urbano, con una gran concentración de población, ha sido en gran parte el responsable de su rápida propagación?, ¿en qué momento poder respirar un aire limpio y ser capaces de ver con total nitidez ciudades o montañas situados a escasos kilómetros se ha convertido en algo excepcional?, ¿por qué deberíamos vivir con miedo al desabastecimiento y tenemos que acudir a los supermercados en manada si se supone que vivimos en la era de mayor prosperidad y menor carestía de la historia?, ¿hemos centrado nuestro bienestar exclusivamente en el desarrollo económico desorbitado sin considerar demasiado la salud, el medio ambiente o las condiciones de vida?, ¿estamos dispuestos a renunciar a parte de nuestra libertad para hacer frente a todas las sucesivas crisis que vendrán?, ¿es este el principio del fin de nuestro modelo económico?

Me he planteado todas estas dudas, pero no tengo la respuesta a ninguna de las preguntas, ni creo que nadie las tenga en el corto plazo, ni que la respuesta o la verdad sean absolutas. Toda moneda tiene una cara y una cruz y, hasta ahora, hemos estado viviendo, en general, en la cara amable, en la de los beneficios de un modelo económico y una Globalización que han permitido desarrollarnos y alcanzar el progreso económico más importante de la historia; pero desde hace unas décadas y, con el mundo actualmente paralizado y confinado casi en su totalidad, estamos dándonos cuenta que también existía la cruz, la parte de los inconvenientes, de los problemas y de las dudas, y todas las preguntas se resumen en si podremos volver a vivir pronto en la cara y dejar de lado la cruz, el problema es que ni siquiera cuando pensábamos que estábamos viviendo en la cara, la cruz dejó de existir, únicamente quisimos hacer como que no existía hasta que la situación ha expuesto que forma parte también de la realidad que estábamos viviendo.

Es por eso que ahora todo ha cambiado, todo ha cambiado porque empezamos a ser conscientes de que quizás nuestra forma de vida, nuestro modelo económico y nuestro desarrollo no es tan idóneo como pensábamos, todo ha cambiado porque la moneda se ha dado la vuelta ahora y ahora la cruz pesa más que la cara. La mayoría de nosotros no queremos renunciar a nuestro progreso económico, a poder circular libremente por Europa, o a vivir en un mundo globalizado, pero también nos preocupa el crecimiento desproporcionado de las ciudades, al aumento de la contaminación o depender en exceso de potencias extranjeras y de sus productos. Todo nuestro modelo económico tiene que ser repensado y, aunque sea cual sea el modelo que adoptemos siempre existirá una cara y una cruz, un anverso y un reverso, unos beneficios y unos inconvenientes, tenemos que pararnos a pensar cuáles son los que pesan más y cuál es la mejor manera de hacer frente a los posibles retos que, aunque inevitables, puedan ser minimizados.

No se trata de una lucha política o ideológica, se trata de asumir la realidad. Los cambios se han venido produciendo desde hace algo más de una década y, ahora, esta nueva crisis puede ser el golpe de realidad que necesitábamos y el revulsivo para que empecemos la transición hacia un modelo económico y social más sostenible, más fuerte y más igualitario. No tenemos porqué renunciar al progreso económico, simplemente tenemos que replantear la manera en la que vamos a lograr ese progreso. Tampoco es necesario renunciar al debate y a las ideas, al contrario, son más necesarias que nunca para plantear diferentes medidas, proyectos y sistemas, pero lo que parece hoy claro es que, con independencia de que se haya gestionado mejor o peor la pandemia en unos y otros países, ninguno está a salvo de la crisis que se está gestando, ni tampoco está libre de sufrir nuevas oleadas o nuevas crisis en el futuro, por lo que todo está cambiando, si es que no ha cambiado ya, y ante los cambios no se puede sino reaccionar y tratar de cambiar también.

En mi opinión, creo que estos cambios que necesitamos para hacer frente a estos nuevos retos han de venir de la mano de la economía circular, y los principales motivos por los que así lo considero son los siguientes:

  • En primer lugar,porque al opti mizar al máximo los recursos disponibles, se podría limitar la presión y la constante pugna por alzarse con el control de estos, ya que dejarían de existir unos recursos tan ilimitados por los que todos se pelearían, pasando a desarrollar un sistema que pretende alargar la vida útil de los productos y el reaprovechamiento de todos los recursos, generando una nueva fuente de riquezas que no se concentra en unas únicas manos sino que, con los medios óptimos, cualquier país puede, con sus propios recursos disponibles, crear su propio sistema autosuficiente de recursos.
  • Además, la economía circular puede incentivar la diversificación de la economía y fomentar una reindustrialización sostenible e innovadora, de manera que, ante futuras crisis, una economía diversificada se traduce en una economía que se recupera más rápidamente. En la actualidad, muchos países presentan una escasa diversificación de la economía y, coloquialmente, podríamos decir que juegan la mayoría de sus cartas a un único sector, de manera que, cuando ese sector se ve fuertemente dañado por la crisis, provoca una reacción en cadena y contagia a todos los sectores que, directa o indirectamente, dependen de él, que caen como fichas de dominó uno tras otro. Con esta diversificación, el emprendimiento y las nuevas oportunidades de negocios también crecerían.
  • En tercer lugar, la economía circular, aunque esté naciendo en un contexto de Globalización, pone el énfasis en la producción y el consumo local, de tal manera que aquellos países que ven amenazados sus propios mercados y tradiciones económicas por parte de potencias extranjeras, pueden encontrar en ella una manera de potenciar sus propios productos y su mercado interno, sin tener por ello que renunciar tampoco a las ventajas del comercio internacional. La economía circular es un proceso que se produce de abajo a arriba, desde lo local, hasta lo global, por tanto la Globalización entraría ahora en un proceso de Glocalización en el que se ponen el valor el patrimonio, el capital y el talento nacional o regional, creándose así se un cordón sanitario compatible con la Globalización, que evita que, en caso de un colapso momentáneo de la economía global, se hunda todo el mercado interno.
  • En cuarto lugar, ante los acuciantes problemas medioambientales, como la pérdida de biodiversidad, la contaminación de los océanos o el cambio climático, la economía circular pone a la naturaleza y a sus propios procesos y ciclos biológicos, como el origen y límite de su razón de ser. El crecimiento que se busca es sostenible porque todos los procesos que se han de llevar a cabo en un modelo de economía circular deben servir para perpetuar los propios ciclos productivos, de manera que no se generen residuos y que tanto los elementos técnicos como los biológicos puedan contribuir a extender infinitamente esos ciclos biológicos y técnicos, eliminando la idea de residuos y aliviando la excesiva explotación de los recursos naturales.
  • Por otra parte, la economía circular es sinónimo de innovación e investigación, por lo que, fomentando este nuevo modelo económico, se puede impulsar una nueva revolución tecnológica en la que los diferentes países puedan seguir compartiendo conocimientos y se rebajen todavía más las desigualdades entre ellos. Cuanto más estrecho sea el margen de desigualdad técnica y tecnológica y menos dependientes sean unos países de otros, más fácil será establecer una cooperación real de igual a igual, equilibrando todavía más las posiciones de todos los países y dejando de depender de una solidaridad que, si bien debería seguir siendo un valor importante, resulta bastante difícil materializar cuando quien se supone que tiene que ser solidario tampoco dispone de medios suficientes para hacer frente a su propia situación.
  • Otro motivo, tal y como defendí no hace mucho, es que la economía circular es también un motor del desarrollo rural, lo que puede ayudar a descongestionar y aliviar la excesiva presión económica y urbana que soportan nuestras ciudades que, con sus altísimas densidades de población se convierten, además, en una mecha que ayuda a propagar rápidamente problemas sanitarios y económicos.
  • Por último, y en relación a todas las demás cuestiones, las diferentes organizaciones internacionales, organismos e instituciones serán más fuertes cuanto más fuertes sean los Estados que formen parte de ellas, en momentos de crisis, sus pilares y sus valores se resquebrajan porque comienzan a salir a flote todas las desigualdades, los problemas de suministro y las antiguas rivalidades. Una unión más fuerte no tiene porqué pasar necesariamente por una mayor cesión de soberanía, sino por un fortalecimiento de todos los miembros que componen esa unión.

En definitiva, los próximos años y las futuras decisiones que se tomen van a ser de gran relevancia y van a determinar si seremos o no capaces de adaptarnos a la realidad que nos está tocando vivir. En el futuro se nos juzgará por la respuesta que hayamos ofrecido ante unos retos que ya no son hipotéticos, sino completamente reales. Todo cambia, solo falta por saber si estos cambios se van a producir para que nada cambie en nuestra actitud, o si, al contrario, cambiaremos también la manera de hacer las cosas y de afrontar las crisis.

Ignacio Belda Hériz Linkedin Twitter

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