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Los límites de la sostenibilidad.

  1. Introducción:

En primer lugar, antes de comenzar a desarrollar los principales puntos que se van a tratar en este artículo, quiero dejar claro que, en ningún caso, mi intención es la de menospreciar o ignorar los aspectos positivos que las nuevas fuentes de energías renovables, así como de otros, productos, servicios o políticas aparentemente sostenibles (como los vehículos eléctricos, por ejemplo), han generado, pues sí considero que, en buena medida, suponen una auténtica revolución y es posible que hayan sentado las bases para hacer frente al problema.  No obstante, considero que, si de verdad queremos encontrar respuestas eficaces a los actuales retos económicos, sociales y medioambientales a los que debemos hacer frente, es necesario que nos cuestionemos absolutamente todo y que tratemos de analizar con el máximo rigor todos los datos de que disponemos, para que,  a la hora de adoptar una u otra política, de utilizar unas u otras fuentes de energía, o de comprar unos u otros productos, podamos considerar todas las variables y escenarios posibles, de manera que esto no ayude a minimizar el impacto negativo que de nuestras acciones se puedan derivar.

Por ejemplo, sobre las bondades de las llamadas “energías limpias” hemos oído hablar todos, hasta el punto de que se nos presentan como la solución única y definitiva a todos esos problemas que plantean las fuentes de energía contaminantes. Multinacionales, gobiernos, organizaciones y toda clase de instituciones a todos los niveles nos repiten una y otra vez lo maravilloso que puede llegar a ser el mundo si dejamos de lado nuestras energías más contaminantes y damos paso a las nuevas fuentes de energía renovables. Aquí es donde, para mí, ya empiezan a saltar ciertas alarmas. El hecho de que ninguna de estas instituciones nos informe sobre los posibles efectos adversos o secundarios, o de que, incluso, a muchas de las voces que disienten, en todo o en parte, traten de silenciarlas ocasionalmente, es, a mi juicio, una señal evidente de que algún cuestionamiento a dichos postulados tiene que existir.

Esto no lo digo porque no coincida con el problema diagnosticado, del que estoy profundamente convencido, ni tampoco considero que aquellos que cuestionan estas políticas tengan absoluta y automáticamente la razón por el hecho de ponerlas en entredicho. Simplemente considero, en primer lugar, que las fórmulas milagrosas no existen, y que siempre que hay una cara, existe también una cruz, por lo que irremediablemente, si existen ventajas, también tienen que existir inconvenientes; y, en segundo lugar, pensar que buena parte de esas multinacionales y organizaciones que más nos anuncian todas estas bondades, no se mueven por intereses económicos o políticos propios, que podrían llegar a ponerse en peligro si resultase que parte de la realidad entra en conflicto directo con aquello que defienden públicamente, me parece que es pecar de ingenuidad, más aún cuando ya está demostrado, como se verá más adelante, que muchas empresas aprovechan el empuje de la sostenibilidad para vendernos productos aparentemente sostenibles y respetuosos con el medio ambiente que, finalmente, resultan no ser muy diferentes a los productos convencionales.

Y no, ni creo en teorías de la conspiración, ni tampoco pretendo acusar a nadie de ocultar deliberada y malintencionadamente información, únicamente creo que es necesario contrastar todos los datos y buscar todas las respuestas a las preguntas que siguen sin ser respondidas. Por eso, en los párrafos siguientes, mi intención es, exclusivamente, mostrar la otra cara de la moneda, y esto lo haré intentando aportar todos los datos y argumentos posibles para ofrecer una imagen completa, una imagen que no tiene porqué implicar necesariamente una crítica a estas nuevas metodologías y políticas. Cuestionar no significa rechazar, sino buscar cuantas más respuestas sean posibles para encontrar las soluciones más eficaces, así como el hecho de reconocer que se han producido avances, no debería implicar tampoco negar que estos no son capaces de darnos soluciones para todo.

Dicho lo cual, voy a comenzar a exponer los que considero que son los riesgos que plantean los nuevos modelos sostenibles, o, mejor dicho, las cuestiones en las que creo que, todavía, no  se  ha conseguido eliminar por completo el impacto negativo sobre, especialmente, los dos  puntos en los que voy a dividir mi exposición: el puramente ambiental y paisajístico y, por último, el relacionado con las implicaciones sociales y económicas, que, especialmente, afectan a los países en vías de desarrollo.

  1. Impacto negativo de algunas políticas sostenibles en el paisaje y en el medio ambiente:

En un principio, pensaba separar el aspecto medioambiental del paisajístico, pues, aunque están íntimamente relacionados, no son iguales y, además, mientras que el aspecto ambiental afecta a todas las cuestiones relacionadas con las políticas sostenibles, el paisajístico se reduce, fundamentalmente, al ámbito de las energías renovables. Finalmente, consideré que era mejor incluir los dos aspectos en un solo punto y, llegado el caso, diferenciar o matizar cada uno dentro de este y, en definitiva, eso es lo que he acabado haciendo.

En primer lugar, voy a comentar mis impresiones sobre este impacto que se genera sobre el paisaje, y porqué considero que, aunque quizás a menudo se relega a un segundo plano con respecto al medio ambiente en general, es igualmente importante. Al considerado padre de la etología (el estudio científico del comportamiento humano y animal), el austríaco Konrad Lorenz (1903-1989), se le atribuye la frase: “la primera condición del paisaje es su capacidad de decir casi todo sin una sola palabra”.  Ya he utilizado esta frase en alguna ocasión en otro de mis artículos, y es que, desde que la leí  por primera vez, me parece una de las definiciones más poéticas, simples y verdaderas que jamás se han descrito y con la que cualquier amante de la naturaleza y defensor del medio ambiente no puede estar más de acuerdo.

Un paisaje no tiene porqué ser necesariamente natural. Aunque, sin duda, es a la naturaleza a la que todos solemos relacionar instintiva y automáticamente la idea de paisaje, existen otros tipos de paisaje, como el urbano, el cultural o el industrial y, enlazando con las ideas de Lorenz, aunque la belleza sea algo bastante subjetivo, con solo contemplar cualesquiera de los tipos de paisaje ante los que nos encontremos, somos capaces de percibir visualmente prácticamente todas y cada una de sus cualidades, el estado de conservación o las distintas problemáticas o vicisitudes que suceden en ese lugar específico. Sea un complejo industrial poblado de altos hornos, un vertedero, la Necrópolis de Atenas, o las vistas desde la cima de la montaña de todo el valle que se encuentra sus pies, la mera contemplación de cualquiera de estos escenarios nos sirve para entender la historia, la forma de vida, el patrimonio natural o el modelo de desarrollo económico de sus pobladores.

Por ello, por formar el paisaje una característica de las identidades e idiosincrasias de los diferentes pueblos, ha sido reconocido como un valor patrimonial susceptible de protección por varios organismos internacionales, como la UNESCO (en Convención para la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural), el Consejo de Europa (Convenio Europeo del Paisaje) o, incluso, a nivel nacional, existen países en los que se ha dotado de protección constitucional, como es el caso de Costa Rica, que reconoce en el artículo 89 de su Constitución que, “entre los fines culturales de la República están: proteger las bellezas naturales, conservar y desarrollar el patrimonio histórico y artístico de la Nación y apoyar la iniciativa privada para el progreso científico y artístico” . De igual modo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en su sentencia Coster y otros contra el Reino Unido, del 18 de enero de 2001, sentó un precedente, al considerar en su fallo, que el paisaje es un interés jurídico colectivo que, en determinados casos, puede suponer también, la limitación de otros derechos o intereses particulares.

De esta forma, parece ya del todo evidente que el paisaje constituye, por sí mismo, un elemento de gran valor que, no solo forma parte del patrimonio natural y cultural de los pueblos, sino que, como hemos visto, goza incluso de una protección jurídica y, volviendo al tema que nos ocupa, parece también que, en este sentido, pueda entrar en conflicto directo con determinadas políticas medioambientales y, así, por ejemplo, la instalación de un parque eólico o solar de grandes dimensiones, o de una central hidroeléctrica, aunque tengan como fin la obtención de fuentes de energía que supongan una alternativa más sostenible en comparación con el petróleo o el gas natural, desde un punto de vista paisajístico, no creo que generen, hoy por hoy, un impacto menor del que generan un campo petrolífero o a un gaseoducto, que, por otra parte, y esto como mera apreciación personal, en gran medida es un reto al que también ha de hacer frente la sostenibilidad.

Las fuentes de energía renovables nos ofrecen una ventaja indiscutible con respecto a las fuentes de energía no renovables en tanto que las primeras no dependen de unos recursos finitos (bueno, tampoco es del todo cierto) para generar electricidad, a diferencia de las segundas, pero el impacto visual y medioambiental que generan sobre el terreno en el que se instalan y sobre el paisaje al que afectan, no es, en la mayoría de los casos, menor, y la instalación de más y más paneles solares o aerogeneradores, como defienden muchas instituciones y grandes compañías energéticas, nos pueden ayudar a ser energéticamente autosuficientes, lo cual, sin duda, es política y económicamente una clarísima ventaja, pero será a causa de destruir entornos que, en mayor o menor medida, tienen un importante valor paisajístico para las comunidades que viven en esos territorios, un valor paisajístico que, además, también es, en muchos casos, una fuente de ingresos para los habitantes de esas zonas. Este tipo de impacto sobre el paisaje se ha venido a denominar como “contaminación visual”, y, sin duda, cualquiera que haya recorrido nuestras carreteras seguro que ha experimentado este fenómeno cuando, incluso a decenas de kilómetros de distancia, un paisaje infinito, que se extiende por el horizonte, de repente se ve interrumpido por un gran bosque de aerogeneradores que “estropean” la vista y deslucen la armonía del entorno.

Es cierto que existen propuestas y que se están estudiando alternativas que podrían minimizar enormemente este impacto, como podría ser la instalación de placas solares en los nuevos edificios en lugar de en entornos naturales, pero, hoy por hoy, no es una opción del todo realista y, además, enlazando ya con la segunda cuestión de este punto, recordemos, la relacionada con el impacto medioambiental, también se ha demostrado que una mala localización de, por ejemplo, justamente paneles fotovoltaicos, puede tener efectos nocivos en los ecosistemas y el medio ambiente.

Cuenta de ello da, entre otras, una reciente investigación publicada en la revista científica “Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States” (PNAS) y conducida por investigadores de la Universidad de California-Riverside, en la que, tras analizar el estado de los paneles solares instalados en este estado norteamericano, llegaron a la conclusión de que la mayoría de estos paneles (un total de 375 km2) están situados en ambientes naturales, terrenos de cultivo o pastos, lo que, en palabras de Rebeca R. Hernández, una de las investigadoras del proyecto, significa que el desarrollo de plantas solares es un motor para el cambio en la cobertura y en el uso del suelo, que son en sí mismos fuente de gases de efecto invernadero[1]. El mismo estudio reconoce que especies animales, como la tortuga del desierto, se han visto tremendamente afectadas. Los investigadores que realizaron este estudio dieron también un toque de atención a las grandes empresas energéticas a las que el Gobierno de California les otorgaba la licencia para instalar y explotar dichos parques solares, a las que instan a hacer frente a la realidad y les recuerdan “la necesidad de cumplir con una costosa, ardua y compleja mitigación de impactos ambientales”.

Otro ejemplo, en la misma línea, de estos efectos negativos sobre el medio ambiente que generan las energías renovables, lo encontramos en el impacto que los aerogeneradores de energía eólica tienen sobre la fauna, especialmente sobre las aves y, en este caso, numerosos estudios al respecto se pueden encontrar en nuestro país. La Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), una de las oenegés medioambientales más prestigiosas de nuestro país, publicó en el año 2015 un estudio en el que “se estima entre 6 y 18 millones de aves y murciélagos muertos en los 17.780 aerogeneradores instalados en España[2], con una especial incidencia en especies y ecosistemas vulnerables, como al buitre leonado o el águila real, en lo que respecta a las especies, o al Estrecho de Gibraltar, principal ruta migratoria de las aves que cruzan de Europa a África y viceversa, en cuanto a territorio se refiere. Estas estimaciones contradicen los datos oficiales presentados por las principales compañías encargadas de la explotación de dichos aerogeneradores, que afirman que la tasa de mortalidad de las aves provocadas por estas infraestructuras, es baja.

Si bien es cierto que actualmente se están estudiando algunas medidas para minimizar este impacto sobre la avifauna, como la implantación de modelos de aerogeneradores sin hélices, una postura defendida por la propia SEO/BirdLife y en la que, según parece, se está avanzando progresivamente. No obstante, no es menos cierto que este es solo uno de los problemas que plantean. La energía que se obtiene, tanto a través de las placas solares como de los aerogeneradores es más limpia y es renovable, cierto, pero, ¿acaso nadie se ha preguntado por los medios que se utilizan para obtenerla?, ¿cómo de sostenibles son, en realidad, dichas infraestructuras? Antes de que un aerogenerador se ponga a producir energía, ha tenido que pasar por un proceso de fabricación, transporte y ensamblaje, lo que irremediablemente lleva consigo procesos de transformación industrial de recursos, generación de emisiones e, incluso, irónicamente, la utilización de las mismas fuentes de energía a las que los aerogeneradores pretenden sustituir. Además, el ciclo de vida de un aerogenerador, hoy por hoy, tampoco es infinito y, si no ocurre ninguna incidencia durante este periodo, a los 20 años en necesario repetir el proceso de fabricación con la mayoría de sus componentes y, a excepción de la torre de acero, que sí puede reutilizarse, el resto de los viejos componentes acaban siendo depositados en un vertedero, exactamente igual que cualquier otro producto no sostenible y no inspirado en los principios de la economía circular (no deja de ser irónico que las energías renovables dependan de recursos no renovables).

Las palas se fabrican con materiales altamente contaminantes y procesos nada sostenibles (fibra de vidrio, resinas epoxi, fibra de carbono etc. que son mezclados sintéticamente), y, según expertos como el ingeniero e investigador de la Universidad de La Rioja, Eduardo Martínez Cámara, si, por ejemplo, durante esos 20 años de vida se  estropea  el rotor completo de uno de estos aerogeneradores, se requiere “volver a fabricar tres palas, volver a montarlas en el aerogenerador y enviar al vertedero las viejas”, quien, a su vez, estima que, de poder reciclarse dicho componente  se  “reduciría el impacto global del aerogenerador en un 6%”, lo que, a priori, no es demasiado pero aplicado a cada uno de los componentes podría suponer una reducción significativa[3].

Algo similar a lo que ocurre en los aerogeneradores, ocurre con los paneles fotovoltaicos, que, además de estar fabricados por una alta gama de compuestos y medios dudosamente sostenibles (ácidos / bases, gases elementales, agentes grabadores, dopantes, productos químicos fotolitográficos…), organizaciones como Silicon Valley Toxic Coalition (SVTC), un grupo de investigación que promueve prácticas ambientales seguras en el sector de las tecnologías, llevan varios años alertando sobre el peligro de los residuos de los paneles fotovoltaicos, afirmando que “los paneles solares fotovoltaicos más utilizados se basan en materiales y procesos de la industria de la microelectrónica y tienen el potencial de crear una nueva ola enorme de desechos electrónicos al final de su vida útil, que se estima en 20 a 25 años. Las tecnologías están aumentando la eficiencia celular y reduciendo los costos, pero muchas de ellas utilizan materiales o materiales extremadamente tóxicos, con riesgos desconocidos para la salud y el medio ambiente (incluidos nuevos nanomateriales y procesos).[4]

Los ejemplos continúan con otros sectores, como es el de los vehículos eléctricos, y, así, desde países altamente comprometidos con la sostenibilidad, como son Suecia y Noruega, nos llegan informaciones no tan alentadoras acerca de la fabricación de los vehículos eléctricos. Por ejemplo, el Instituto Sueco de Investigación Medioambiental en colaboración con la Agencia Sueca de Energía, en un reciente informe[5], resalta como “según nuevos cálculos, la producción de baterías de iones de litio en promedio emite entre 61-106 kilos de dióxido de carbono equivalentes por kilovatio-hora de capacidad de batería producida” y, punto interesante, en tanto que enlaza con otro tema que se tratará posteriormente, dicho informe también incide en el impacto social y medioambiental  que los minerales que se utilizan para la fabricación de las baterías de litio (a saber: litio, cobalto, níquel y manganeso) genera sobre ciertas comunidades. 

Por otra parte, otro informe publicado en el Journal of Industrial Ecology, dirigido por investigadores de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología[6], afirma que, si bien los vehículos eléctricos ofrecen “entre un 10% y un 24% de disminución en el potencial del cambio climático”, pero también “exhiben el potencial para aumentos significativos en la toxicidad humana, la ecotoxicidad del agua dulce, la eutrofización del agua dulce y los impactos de agotamiento de metales, que emanan en gran medida de la cadena de suministro de vehículos”, lo que, en conclusión, puede llegar a tener más efectos medioambientales adversos que la producción de vehículo convencionales.

De igual manera, lo que se aplica para las nuevas fuentes de energía o los nuevos modelos de transporte, también puede extrapolarse, en cierta medida, a los productos “sostenibles” o “ecológicos” que nos venden ciertas compañías. Este es, por ejemplo, el caso de las bolsas biodegradables que tanto se nos presentan como alternativa a las bolsas de plástico. Tal y como recientemente se publicó en un estudio en la Revista Environment, Science and Tecnology[7], los diferentes experimentos realizados por investigadores de la Universidad de Plymouth, han demostrado que estas bolsas no son tan biodegradables como se nos dice. Para comprobar si de verdad cumplían con estas características, los investigadores expusieron a diferentes tipos de bolsas biodegradables a diversos entornos (enterrándolas bajo tierra, sometiéndolas a la acción del aire o sumergiéndolas en el agua), y el resultado mostró que, varios meses o, incluso, años después, las bolsas biodegradables, incluyendo  las que supuestamente eran compostables, permanecían prácticamente intactas y eran capaces de soportar varios kilos de peso, por lo que el científico que lideró la investigación llega a afirmar que “no está claro que las fórmulas oxo-biodegradables o biodegradables ofrezcan tasas de deterioro suficientemente avanzadas como para ser ventajosas en lo que respecta a la reducción de basura marina comparación con las bolsas convencionales”.  Que estas bolsas son reutilizables y que eso es una gran ventaja con respecto a las bolsas de un solo uso, es una ventaja, sin duda, y desde ese punto de vista son más sostenibles, pero el estudio es una prueba de que su naturaleza biodegradable es cuestionable, y que sus cualidades se venden a los consumidores de manera engañosa.

Por último, quería comentar el caso de la industria textil, puesto que está ahora mismo en el ojo del huracán al ser la responsable de producir el 20% de las aguas residuales y de generar el 10% de las emisiones globales de dióxido de carbono (más que todos los vuelos internacionales y los barcos de mercancías)[8]. De esta forma, las grandes empresas textiles se han subido a la ola de la sostenibilidad y se han comprometido a reducir el impacto en sus fábricas, así como también están comenzando a vender prendas aparentemente más respetuosas con el medio ambiente, utilizando para ello “fibras sostenibles”, como el algodón ecológico. No obstante, según expertos como Michael Stanley-Jones, co-secretario de la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, “la promesa de usar solamente fibras sostenibles merece ser celebrada, pero todavía no he visto en la prensa qué significa esto exactamente y qué se puede considerar como fibra sostenible […] Hay muchos debates alrededor de las fibras y su huella de carbón y demanda de materiales.  Por ejemplo, muchos de los que abogan por la moda verde han estado promocionando el bio-algodón… pero este también requiere una gran cantidad de agua para su producción[9]. Además, a día de hoy, aunque existen interesantes alternativas, no es posible teñir ningún tejido, sea sostenible o no, a mediana-gran escala, y de nada sirve emplear algodón ecológico si después se le añaden los colorantes, sales, alcalinos, metales pesados y químicos (en la mayoría de los casos prohibidos en Europa por sus efectos dañinos para la salud y el medio ambiente, pero como las principales empresas tienen su producción deslocalizada, es bastante irrelevante, pues los acaban importando con la ropa). Para teñir las prendas, además, se produce cada año el desperdicio de miles de billones de litros de agua, agua que está contaminada por los tóxicos antes mencionados y que acaba siendo vertida ilegalmente en ríos, lagos, pozos, etc.

Se estima que la demanda de moda sostenible que utilice este tipo de fibras se incremente en los próximos años, y que las empresas empiecen a aplicar estándares de producción más sostenibles es una realidad que se está produciendo, pero, aun así, como todos los expertos coinciden, la ropa más sostenible es la que ya existe, la que ya ha sido fabricada y en circulación en el mercado, que se puede reutilizar y revender durante un número limitado pero considerable de veces.  A escala local se puede fabricar ropa que utilice fibras sostenibles y que reduzca enormemente el impacto ambiental, pero ninguna de las grandes empresas, por mucho que quieran vender su compromiso con la sostenibilidad, va a ser capaz, ni en el corto, ni en el medio plazo, de fabricar ropa sostenible en las mismas cantidades en las que producen ahora. Mientras se siga fabricando ropa nueva a gran escala, se seguirá generando un grandísimo impacto medioambiental, y ninguna empresa textil va a reconocer esa realidad nunca, porque supone atentar contra su propio negocio.

Para ser justos, es necesario incidir en que, en ninguno de los casos anteriores, los informes de los expertos señalan que se deban abandonar estas nuevas fuentes de energía o estas nuevas metodologías, sino, muy al contrario, apelan por que se siga desarrollando la investigación para continuar avanzando y mejorando todas estas nuevas técnicas (como podría ser la economía circular en la medida en que sea posible); es más, los propios informes también plantean soluciones o recomendaciones para tratar de lograr estas mejoras, pero es obvio que exponen con total claridad que el camino de la sostenibilidad no es tan sencillo, absoluto y eficaz como la mayoría de medios de comunicación o grandes compañías defienden, y reflejan los límites que, a día de hoy, la ciencia no ha sido capaz de superar, por lo que, a la vista de estos datos, deberíamos mostrarnos más cautelosos y no afirmar tan categóricamente que tenemos que cambiar el rumbo inmediatamente, de manera radical y dejando atrás todas nuestras prácticas tradicionales porque, como hemos visto, puede llegar a ser incluso contraproducente.

Vamos por buen camino, pero ni mucho menos hemos llegado al final y, aun a día de hoy, seguimos dependiendo de unos recursos finitos no renovables y de unos procesos industriales tradicionales y altamente contaminantes para poder desarrollar todas estas fuentes alternativas de energía, o los productos que consumimos, además, aunque ciertos impactos sobre el medio ambiente se hayan mitigado, se han creado otros nuevos y tampoco se  ha resuelto el impacto paisajístico que las nuevas infraestructuras y explotaciones tienen sobre el entorno. Estoy seguro de que a medida que se siga avanzando en el estudio de la sostenibilidad, que las ideas de la economía circular vayan ganando terreno y que los investigadores sigan descubriendo nuevos procesos y materiales, poco a poco, se irán mitigando más estos problemas, pero cabe la posibilidad de que no podamos erradicarlos todos, o de que siempre exista algún conflicto entre ambas realidades, por lo que no nos quede más remedio que elegir entre una u otra, según a lo que estemos dispuestos a renunciar.

  1. Impacto negativo de las políticas sostenibles en determinadas sociedades, comunidades y personas:

La política de sostenibilidad que no tenga en cuenta a las comunidades y a las personas no podrá ser nunca considerada como tal, por ello, aunque quizás el impacto que puedan generar estas políticas sobre cuestiones como los Derechos Humanos o los valores sociales o culturales de determinadas personas sea más indirecto y colateral que en los casos anteriores,  he decidido que debía incluirlo como argumento.

Como se ha visto en los puntos anteriores, para fabricar estos productos sostenibles, o para generar las nuevas fuentes de energía renovables, seguimos teniendo dependencias de materias primas y de recursos que, ni son renovables, ni ofrecen una total garantía de sostenibilidad. De entre todos estos materiales y, en el caso que nos ocupa, los primeros que voy a mencionar, son los minerales, porque, al fin y al cabo, ya sea para hacer que las placas solares funcionen, que los vehículos eléctricos arranquen o que se puedan ensamblar industrialmente los componentes de cualquier producto, de estas materias primas dependen casi todas (sino todas) las industrias, sostenibles o no.

Supongo que no es ningún secreto para nadie que ciertos minerales son recursos muy valiosos y, también, muy disputados y, si medioambiental y paisajísticamente la extracción de estas materias primas plantea problemas evidentes (las minas son lo que son), no son menos los riesgos y los perjuicios que pueden llegar a ocasionar y ocasionan sobre comunidades y países enteros. Silicio, hierro, cobre, plomo, litio, níquel, sodio y zinc son los nombres de los principales minerales que se utilizan en la mayoría de las industrias, minerales que, como hemos visto, se someten a procesos industriales que no son precisamente sostenibles, para dar como resultado todo tipo de aplicaciones que, finalmente, se convierten en baterías eléctricas, paneles fotovoltaicos o aerogeneradores, entre otros. Hasta ahí, el problema que plantean es evidente, pero, desgraciadamente, no es el único. No creo que nadie se sorprenda si digo que existe otro problema, otra gran huella que generan estas necesidades extractivas, esta vez, directamente sobre los derechos laborales, culturales, políticos y sociales de cientos de miles de personas que, alrededor de todo el mundo, se dedican a la obtención de estos minerales.

Un triste y paradigmático caso es el que ocurre en la República Democrática del Congo (RDC), un país de inmensísima riqueza natural y biodiversidad, pero que lleva sufriendo un conflicto tras otro desde hace décadas, y que, en parte, han sido alimentados por sus vastos recursos naturales, siendo un ejemplo paradigmático de lo que se conoce como la paradoja de la abundancia. Un país rebosante de riqueza natural, pero también de pobreza material y estructural.

El Corazón de las Tinieblas descrito por Joseph Conrad en el ocaso del siglo XIX, poco ha cambiado desde entonces y, ahora, en el siglo XXI, su latido se hace imprescindible para que  toda la revolución tecnológica siga con vida, aunque, desgraciadamente, para el pueblo congoleño, esto signifique muerte, corrupción y explotación. La abundancia de estos “minerales de sangre” (estaño, tungsteno, tantalio y oro) y especialmente, de las tres Ts (todos los anteriores, menos el oro, conocidos así por sus siglas en inglés), que son imprescindibles para el funcionamiento de los aparatos electrónicos, junto con el cobalto (cuyas reservas en la RDC suponen alrededor del 50% del total a nivel mundial), un mineral indispensable para la fabricación de las baterías de los coches eléctricos, han desencadenado en la RDC conflictos como la “Guerra Mundial Africana” (Segunda Guerra del Congo o Guerra del Coltán), que se cobró 4 millones de vidas humanas y en la que las distintas potencias y facciones implicadas, utilizaron varias excusas como pretexto para poder hacerse con el control de los recursos minerales del país. Aun a día de hoy el conflicto, aunque más relajado, prosigue, y en determinadas partes del país, especialmente en el este y sureste, las violaciones, la explotación laboral e infantil, la muerte y la pobreza siguen siendo la orden del día, y todo, porque en ellas se encuentran la mayoría de las minas que abastecen al mundo de estos minerales; todo para que en el resto del mundo podamos tener un ordenador, un teléfono móvil o un vehículo eléctrico. Es este último, más concretamente, el que nos atañe en este apartado.

Como en el pasado, las ganancias obtenidas de las riquezas naturales del Congo van a parar, en su inmensa mayoría, al extranjero. Empresas tecnológicas de todo el mundo necesitan de estos minerales, y eso hace que potencias muy poderosas y sin ningún pudor por el respeto a los Derechos Humanos, como China, se hayan lanzado a la conquista de, en este caso, el cobalto. Controlar el cobalto es, hoy en día, como controlar todas las plantas petrolíferas de Oriente Medio. La demanda de vehículos eléctricos no para de crecer cada año, y, mientras eso ocurre, China, por medio de empresas como la Contemporary Amperex Technology (CATL),  el fabricante de células de batería más grande del mundo para vehículos eléctricos, o la procesadora Huayou Cobalt, se han hecho con el control casi absoluto, directa o indirectamente, de más del 50% de la producción mundial de cobalto[10].

Se ha demostrado que al menos un tercio de la producción total del país procede de explotaciones ilegales, controladas por grupos rebeldes, guerrilleros o, incluso, por los propios militares y terratenientes auspiciados por el Gobierno, y está también comprobado que China tiene participación directa en más de la mitad de las principales compañías que extraen cobalto del país. En el año 2018 el 72% del total del cobalto extraído a nivel mundial provino de la RDC y el 66% fue refinado por China[11]. El precio de cobalto se ha incrementado en dos años en un 270%, y, aunque en RDC es el estado quien pretende nacionalizar todas las concesiones, es incapaz de cobrar impuestos sobre esos minerales, siendo el recurso a la guerra un negocio rentable para “los compradores, para los países donantes de soldados, para las misiones de Cascos Azules (que acaban recibiendo cuatro veces más que lo que cuesta el despliegue militar) y hasta para las ONG, que encuentran en estas zonas los conflictos necesarios para que el dinero en ayuda humanitaria no pare de fluir[12].

Con todos estos datos, no hace falta ser demasiado aventurado como para pensar que buena parte de ese cobalto, que en demasiadas ocasiones es obtenido por mujeres, hombres y niños esclavizados, que incluso acaban padeciendo sepultados en las minas o por las duras condiciones de vida, no haya acabado en muchas de esas baterías eléctricas, y, por tanto, en alguno de los vehículos eléctricos que vemos en nuestras ciudades. De hecho, Amnistía Internacional ha reportado estos casos de abusos, muerte y explotación infantil y ha puesto de manifiesto como las principales compañías del sector están fallando en la aplicación de los estándares internacionales de diligencia debida, como los contenidos en los Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que instan a las empresas a “identificar, prevenir, mitigar y reportar cómo abordan sus impactos en los derechos humanos”. En el mismo informe donde atestigua esas violaciones, reconoce que compañías que operan en el país, como Congo Dongfang Mining International (CDM), una de las empresas procesadoras y exportadoras más importantes del país, compra a comerciantes independientes la mercancía que, a su vez, obtienen comprando en todo tipo de minas, legales o ilegales. La CDM es una empresa 100% subsidiada por la china Huayou Cobalt Company Ltd (Huayou Cobalt), que tiene entre sus principales clientes a Apple Inc., Dell, o a las automovilísticas Daimler AG y Volkswagen, entre otros.[13]

Aunque las medidas para mejorar la situación se están empezando a implementar, todavía  es pronto para saber si cumplirán o no con su cometido. La realidad es que, a día de hoy, los aproximadamente 40.000 niños que estima UNICEF que trabajan en las minas de la RDC, siguen pereciendo por culpa de la explotación a la que se ven sometidos. Tal es el caso que, recientemente, en diciembre de 2019, catorce familias de niños que murieron o fueron mutilados como resultado del colapso en varias minas de cobalto en las que se encontraban trabajando de manera ilegal y a cambio de un mísero salario, llevaron ante la justicia de Estados Unidos a gigantes norteamericanos de la tecnología (Google, Apple, Tesla, Dell y Microsoft), compañías a las que acusan de ser cómplices de los hechos.

Según la demanda presentada por International Rights Advocates quien se encarga de representar a las familias, una parte de los menores estaba  trabajando para minas propiedad de la empresa británica Glencore, y el cobalto que se obtenía de ellas era después vendido a Umicore, un intermediario con sede en Bruselas que es quien vendía finalmente el mineral procesado a Apple, Google, Tesla, Microsoft y Dell. Otros menores trabajaban en las minas propiedad de la empresa china Zhejiang Huayou Cobalt (a la que ya conocemos), suministradora de Apple, Dell y Microsoft[14]

Es cierto, como ya he comentado, que se están haciendo esfuerzos para realizar un seguimiento de toda la cadena de suministro y garantizar que las empresas no contribuyan a que se produzcan estas flagrantes violaciones de los Derechos Humanos en las minas de la RDC. Así, por ejemplo, se han creado instrumentos como Regional Certification Mechanism (RCM) en el marco de la Iniciativa Regional  para luchar contra la explotación ilegal de recursos naturales (RINR), de la Conferencia internacional sobre la región de los Grandes Lagos (ICGLR), una organización internacional africana que agrupa a doce países de dicha región, entre ellos a la RDC. Esta certificación es una herramienta que pretende “ofrecer cadenas de suministro sostenibles y libres de conflicto en y entre los miembros de la ICGLR, con el objetivo de eliminar los canals de financiación que apoyen a los grupos armados que sostienen o prolongan el conflicto”. Igualmente, la Unión Europea, en el año 2017 adoptó un Reglamento sobre los minerales de zonas de conflicto (Conflict Minerals Regulation), que entrará en vigor en enero de 2021 y que tiene como objetivos “garantizar que los importadores europeos de 3TG (estaño, tungsteno, tantalio y oro) cumplan las normas internacionales responsables de abastecimiento establecidas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); garantizar que las fundiciones y refinerías de 3TG de todo el mundo se abastezcan con responsabilidad; contribuir a romper el vínculo entre conflicto y explotación ilegal de minerales; y ayudar a acabar con la explotación y los abusos contra las comunidades locales, incluidas las personas que trabajan en las minas, y fomentar el desarrollo local[15], que aplicará para las importaciones que provengan de todos los países del mundo, no solo de la RDC y países vecinos.

Experiencias similares anteriores, como el Proceso Kimberly para tratar de acabar con los conocidos “diamantes de sangre” que avivaron las cruentas guerras en Sierra Leona y Liberia, las restricciones que se impusieron a las importaciones del cacao, que sirvió como combustible y financiación de las dos guerras civiles en Costa de Marfil, o las que se impusieron en 1992 por parte de la ONU, a la madera que provenía de Camboya y financiaba al régimen de los Jémeres Rojos, demuestran que se puede conseguir, sino eliminar por completo este tipo de situaciones, al menos, sí evitarlas en gran medida.

Esos procesos, básicamente, consisten en la prohibición de la importación de todas las materias primas sobre las que no pueda demostrarse que en toda su cadena de suministro no se haya producido ningún hecho ilícito o que haya servido para financiar conflictos armados. La diferencia en este caso, es que, tras los conflictos en esos países, las instituciones eran, en general, fuertes (como especialmente sucedió en Liberia durante el gobierno reformista de Ellen Johnson-Sirleaf), o al menos, siguen teniendo la suficiente capacidad como para ejercer el control de las explotaciones de los recursos en las zonas de conflicto, algo que, hoy día, parece una utopía en la RDC. Además, prácticamente el 100% de la explotación del cobalto está, directa o indirectamente en manos de China y más del 60% de las exportaciones de los últimos años han salido de la RDC, por lo que prohibir las importaciones de cobalto, para los países occidentales sería, prácticamente, quedarse sin suministros de cobalto y, teniendo en cuenta al ritmo al que crece la demanda de este nuevo petróleo para la fabricación de este tipo de vehículos, es algo que no se va a producir. Por ello las iniciativas se basan en compromisos (trabajar para lograr garantizar que no se produzca ninguna violación de los DDHH a lo largo de toda la cadena de suministro) en lugar de en acciones (prohibir las importaciones. Hoy por hoy, el destino de un niño que trabaja en una mina ilegal de cobalto en la República Democrática del Congo, y el próximo vehículo eléctrico que nos vendan como “el futuro de la sostenibilidad” están triste e irremediablemente unidos.

Me he explayado demasiado en la situación que se vive en la RCD porque quizás sea la más significativa para el caso que nos ocupa, pero, desafortunadamente no es el mismo, y podríamos seguir con ejemplos que suceden en Asia con los trabajadores de la industria textil, a los que, fabriquen o no ropa con fibras sostenibles, se les sigue sin tener en cuenta a la hora de negociar sus condiciones laborales o los ingresos, como demostró el informe que la asociación IndustriALL Global Union presentó ante el Comité de Auditoría Ambiental del Parlamento del Reino Unido, que puso de manifiesto el “fracaso de la Responsabilidad Social Corporativa[16]. Asimismo, cualquier otro recurso que pueda ser susceptible de ser utilizado por las nuevas industrias sostenibles, como la madera, los productos agrícolas, materiales reciclados etc. corre el riesgo, especialmente si proviene de zonas sensibles o conflictivas, de generar un impacto negativo sobre la vida y los derechos de muchas personas, porque, si se pierde el control de la cadena de suministro en algún momento, puede que detrás haya una historia de abusos, de corrupción, de financiación a grupos terroristas o armados, explotación laboral o asuntos de cualquier otra índole. La sostenibilidad no consiste solo en ofrecer bienes y servicios que sean más respetuosos con el medio ambiente, si el factor humano se ignora o se pasa por alto, por mucho que nos presente como una alternativa, seguirá generando nuevas inquietudes, dudas y problemas que tendrán que ser igualmente analizados.

  1. Conclusiones:

Está claro que existe una voluntad manifiesta de avanzar hacia un mundo más sostenible, tanto a nivel social, como institucional, y es que, tanto para los escépticos de fenómenos como el cambio climático, como para los que están convencidos de ello, está claro que están sucediendo cosas que resulta imposible negar, como la contaminación de ríos y océanos, la crisis de abastecimiento de recursos que se avecina ante el rápido aumento de la población mundial, o el derretimiento de los polos, sea por la razón que sea (cuestión que se debería dejar única y exclusivamente al estudio y a la opinión de los científicos). No obstante, también es evidente que nos quedan muchas preguntas por responder y que, en no pocas ocasiones, cuando las respuestas que se obtienen entran en conflicto con determinados intereses o discursos, se tratan de maquillar, esconder o negar.

Como hemos visto en los diferentes casos, en ocasiones, detrás de unas aparentemente buenas intenciones (que no niego que las haya), a veces se encuentran también otro tipo de intereses. Así, por ejemplo, del estudio de los paneles fotovoltaicos de California se desprende que los expertos mostraban su preocupación al percatarse de que, en la mayoría de las veces, se pasaban por alto los impactos medioambientales que estas infraestructuras podían generar. Las compañías se apresuraban a construir las instalaciones para poder comenzar cuanto antes con la explotación, mientras que los políticos se colgaban las medallas por estar logrando cambiar el modelo energético tradicional por uno más sostenible. El objetivo de ofrecer “energía limpia” como alternativa, no dejaba de ser una forma de conseguir réditos políticos y económicos, aunque ello fuese a costa de destruir hábitats y entornos de gran valor natural y paisajístico.

El caso de las compañías automovilísticas que nos ofrecen una alternativa supuestamente sostenible a la movilidad tradicional también  ignora, en muchos casos, el hecho de que la comunidad científica ha advertido en más de una ocasión que la fabricación de las baterías de litio puede llegar a ser mucho más contaminante que las emisiones generadas por los vehículos de motor diésel o gasolina, e, incluso, se teme que puedan llegar a afectar a la salud humana. También se ha estado tratando de pasar por alto el hecho de que, para la obtención de los minerales que necesitan para la fabricación de esas baterías, se han producido abusos, esclavitud y explotación infantil en un remoto lugar del Planeta. Los políticos y las compañías automovilísticas se jactan de estar contribuyendo a “renovar el parque automovilístico” y a lograr “un mundo más sostenible”, pero esa es solo la punta del iceberg y debajo se esconden verdades incómodas.

Vivimos en un mundo globalizado, en el que resulta prácticamente imposible realizar el seguimiento de absolutamente toda la cadena de suministro y producción para comprobar que el 100% de los componentes y de los procesos que han dado como resultado un determinado producto final son realmente sostenibles. A pequeña escala, el lema “100% sostenible”,  aunque también complicado, es más factible, pero a niveles globales, a pesar de los esfuerzos y los avances legislativos y normativos que se han hecho para tratar de homogeneizar y fomentar prácticas y políticas sostenibles, las barreras son todavía significativas, por lo que debemos ser escépticos a la hora de aceptar la información que nos están ofreciendo como verdadera, no porque esa información sea totalmente falsa, sino porque posiblemente no esté reflejando toda la realidad.

Por eso, creo que necesitamos ser, simplemente, realistas. No debemos sentirnos culpables por no poder adquirir el producto más sostenible del mercado, ni les podemos exigir a las empresas que  cambien sus políticas de la noche a la mañana (de lo contrario, para no caer en la hipocresía, deberíamos también nosotros dejar de usar inmediatamente nuestros teléfonos, ordenadores, tablets, automóviles, la ropa que vestimos…). Sí podemos exigirles que hagan todo cuanto sea necesario para lograrlo y que utilicen cuantos medios les sean posibles para garantizar que el impacto negativo medioambiental y social que generen sea el menor posible (y, por supuesto, si esos mecanismos existen y no han actuado con la diligencia debida, tenemos el derecho a exigirles responsabilidad), pero simple y tristemente, la meta se antoja todavía lejana y sigue habiendo cosas que se nos escapan, que están fuera de nuestro alcance y que, por mucho que exista una intención, los medios para lograrla son todavía escasos o inexistentes, por ello, aunque debemos exigir que se nos muestre la verdad tal y como es, en contrapartida, también creo que tenemos el deber de actuar con prudencia, sensatez y no tratando de precipitar las cosas.

El mundo es un lugar demasiado complejo como para caer en reduccionismos y en absolutismos, y es frecuente que el resultado de adoptar determinadas medidas o de tomar ciertas decisiones lleve aparejado consecuencias que, aunque no deseamos, no podemos evitar -o, al menos, no hasta que hallemos las fórmulas que nos permitan  resolver eficazmente esos nuevos retos-. Para lograr sobreponerse a esas adversidades, sí que creo que es necesario que tanto consumidores y usuarios, como productores, prestadores de servicios, medios de comunicación, investigadores, instituciones y administraciones seamos capaces de  juzgar con espíritu crítico la realidad en la que nos ha tocado vivir y de reconocer que existen ciertos límites que siguen impidiendo que nos podamos desarrollar todo lo sosteniblemente que nos gustaría. Pero hasta entonces, el Planeta sigue en órbita y girando y no podemos simplemente fustigarnos y autoflagelarnos por estar contribuyendo indirectamente con determinadas situaciones, ni autocompadecernos o resignarnos, asumiendo que no podemos hacer nada para cambiar las cosas.

En cierto modo, tengo la impresión de que la sostenibilidad se ha convertido para algunos en un negocio demasiado lucrativo, e, incluso, en una movimiento político y social muy rentable para otros, y ciertas compañías e instituciones se aprovechan de la buena fe de las personas para poder vender mejor sus productos e ideas, haciéndoles pensar que solo existen el blanco o el negro, y que las únicas opciones son o seguir siendo parte del problema o pasarse al bando bueno y contribuir con la causa (cuando muchas veces en la única causa en la que contribuyes es en hacer ganar más dinero a una empresa o más votos a ese partido). Pareciera que quieren hacernos pensar que solo existen dos bandos: el de los que luchan fervientemente  por el Planeta, y el de los conformistas o negacionistas que se empeñan en perpetuar los modelos tradicionales e insostenibles.

Cuidado, que nadie piense que tengo nada en contra ni de unos, ni de otros, o, al contrario, que los defienda a capa y espada, entre otras cosas, porque ni creo en esa división, ni, como ya he comentado, considero que las cosas se puedan simplificar en “a” o “z”. Y, vuelvo a insistir, que opine así tampoco se debe a que piense que no existan esos retos. Lo único que quiero es que se muestre la realidad tal y como es, con sus avances, sus retrocesos, sus límites y sus incógnitas. Amarga, dulce o agridulce, necesitamos conocer la realidad tal y como es con sus luces y sus sombras, sin edulcorantes ni aditivos, porque así, y solo así, se podrán identificar estos problemas y sentar unas sólidas bases que nos ayuden a encontrar soluciones cada vez más efectivas. Prefiero que me muestren una verdad agridulce, a que me vendan una mentira dulcificada. Si disponemos de toda la información, podemos tomar mejor las decisiones de cara al futuro y de manera totalmente libre, si solo se nos ofrece la verdad que queremos escuchar, aunque de primeras podamos pensar que estamos actuando como se espera, puede que, en realidad, solo estemos siendo esclavos de una mentira y, sin ninguna intención, sigamos contribuyendo a perpetuar la misma situación contra la que queremos luchar.

Porque, so pretexto de la sostenibilidad, tampoco se puede consentir todo, y, si en ocasiones toca reconocer la verdad aunque eso implique reconocer que en parte estábamos equivocados, tenemos que hacerlo. Que se haya dado con una solución a un problema determinado, es una muestra de que somos capaces de avanzar, pero eso no implica que esa tenga que ser necesariamente la solución definitiva, que no tenga ningún límite o que, incluso, no pueda llegar a desencadenar otros problemas que antes no existían. Si eso ocurre, se debe admitir. No pasa nada, es algo totalmente normal, la ciencia se basa en el método empírico de ensayo-error, y la propia madurez, a nivel individual o como sociedad, también la alcanzamos por medio de cometer aciertos y errores, por eso no podemos creer en soluciones verdades y absolutas, ni distinguir tan categóricamente entre opciones buenas o malas, todo tiene un coste de oportunidad y toda causa tiene su efecto, para bien, y para mal.

Creo en la economía circular, creo que podemos conseguir un mundo más sostenible, creo que se han producido avances muy importantes y creo que existen otras maneras de hacer las cosas, pero también creo  que el fin no justifica los medios, y que valerse de la buena fe y las buenas intenciones de la gente para obtener réditos electorales, económicos o de cualquier otra índole, no beneficia ni a la sociedad, ni a la sostenibilidad, ni al progreso.

[1] R. Hernandez, R., Hoffacker, M., Murphy-Mariscal, M., Wu, G. and Allenc, M., 2015. Solar energy development impacts on land cover change and protected areas. PNAS, Disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4640750/.
[2] SEO/BirdLife, 2015. Directrices Para La Evaluación Del Impacto De Los Parques Eólicos En Aves Y Murciélagos. Version 3.0. Madrid, p.11. Disponible en: https://www.seo.org/wp-content/uploads/2012/05/MANUAL-MOLINOS-VERSION-31_WEB.pdf.
[3] Álvarez, C., 2010. Lo que contamina un aerogenerador. El País Semanal. Blog. Disponible en: <https://blogs.elpais.com/eco-lab/2010/09/lo-que-contamina-un-aerogenerador.html>
[4] Silicon Valley Toxics Coalition, 2009. Toward A Just And Sustainable Solar Energy Industry. p.19. Disponible en: http://svtc.org/wp-content/uploads/Silicon_Valley_Toxics_Coalition_-_Toward_a_Just_and_Sust.pdf.
[5]  IVL Swedish Environmental Research Institute, 2019. Lithium-Ion Vehicle Battery Production. Disponible en: https://www.ivl.se/download/18.14d7b12e16e3c5c36271070/1574923989017/C444.pdf.
[6] Journal of Industrial Ecology, 2016. Comparative Environmental Life Cycle Assessment Of Conventional And Electric Vehicles.  p.53. Disponible en: <https://onlinelibrary.wiley.com/doi/pdf/10.1111/j.1530-9290.2012.00532.x>
[7] Environmental Deterioration of Biodegradable, Oxo-biodegradable, Compostable, and Conventional Plastic Carrier Bags in the Sea, Soil, and Open-Air Over a 3-Year Period. Imogen E. Napper and Richard C. Thompson. Environmental Science & Technology 2019 53 (9), 4775-4783. DOI: 10.1021/acs.est.8b06984
[8] UN Environment Programme, 2018. Putting The Brakes On Fast Fashion. Disponible en: https://www.unenvironment.org/news-and-stories/story/putting-brakes-fast-fashion.
[9] Pitcher, L., 2019. What Zara’s Sustainability Efforts Could Mean for the Fashion Industry. teenvogue, Disponible en: <https://www.teenvogue.com/story/what-zaras-sustainability-efforts-could-mean-for-the-fashion-industry>
[10] Ojea, L., 2018. China controla ya las minas de cobalto de África: lo siguiente, el mercado de las baterías. El Periódico de la Energía. Disponible en: https://elperiodicodelaenergia.com/china-quiere-controlar-las-minas-de-cobalto-para-dominar-el-mercado-de-las-baterias/.
[11] Sanderson, H., 2019. Congo, child labour and your electric car. Financial Times, Disponible en: https://www.ft.com/content/c6909812-9ce4-11e9-9c06-a4640c9feebb.
[12] Rojas, A. and Villaécija, R., 2018. Muerte, corrupción y avaricia: el secreto escondido detrás del coche eléctrico. El Mundo, Disponible en: https://www.elmundo.es/papel/historias/2018/04/16/5ad33bfae5fdea68578b4581.html.
[13] Amnesty International, 2016. “This Is What We Die For”. Human Rights Abuses In The Democratic Republic Of The Congo power the global trade in Cobalt. pp.8-9. Disponible en: https://www.amnesty.org/download/Documents/AFR6231832016ENGLISH.PDF.
[14] Class Complaint for injunctive relief and damages. Jury Trial Demanded. [2019]. Disponible en: http://www.iradvocates.org/sites/iradvocates.org/files/12.16.19%20FINAL%20Cobalt%20Complaint.pdf
[15] https://ec.europa.eu/trade/policy/in-focus/conflict-minerals-regulation/regulation-explained/index_es.htm#regulation-what
[16] IndustriALL Global Union, 2018. Written Evidence Submitted By Industriall Global Union To The UK Parliament’S Environmental Audit Committee. Disponible en: http://www.industriall-union.org/sites/default/files/uploads/documents/2018/UK/submission_by_industriall_global_union.pdf

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