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La economía circular frente a la crisis de la sociedad de consumo

Podemos considerar en crisis la sociedad actual, pero esto no es nuevo y se viene repitiendo desde el último tercio del siglo pasado. El empeño general que el ciclo se termina sigue existiendo del enfrentamiento de dos posturas aparentemente irreconciliables: antes era desarrollo y medioambiente y ahora es economía lineal frente a los objetivos de desarrollo sostenible.

Se considera que la sociedad de consumo que conocemos es la causa del fenómeno de la contaminación y agotamiento de los recursos naturales, sea cual sea el sistema político: capitalismo o comunismo; pero hay que reconocer también que el ser humano es el generador de la demanda de estos bienes, el cómplice más cualificado de esta sociedad y, por tanto, el causante directo de la situación que con tanto afán rechaza.

Para ello, baste unas cifras. Entre 1970 y 2017 la extracción de materiales en el mundo pasó de 27 mil millones a 92 mil millones de toneladas anuales. Desde el año 2000 el crecimiento en las tasas de extracción se ha acelerado hasta llegar a un 3,2 por ciento anual, impulsado en gran medida por grandes inversiones en infraestructura y por niveles de vida materiales más altos en países en desarrollo y en transición, especialmente en Asia[1].

El individuo es a la postre quien mediatiza las decisiones del capital, público o privado. No obstante, también es cierto que la acumulación del capital reduce el número de asignación de recursos y constituye a la vez un reto y un chantaje a las áreas deprimidas del planeta que desean a toda costa emular a los países más desarrollados en su forma de vivir, de consumir y de oportunidades, en definitiva. Ello es motivo de desequilibrio zonal y angustia personal.

En general, se parte de la idea (no del todo cierta, véase China o la antigua URSS), que el medio ambiente no se ha alterado como consecuencia de una acción de los estados, sino por la suma de las acciones individuales. Por ejemplo, a principios del siglo XX nadie acusaba de contaminadores a los pocos automóviles que circulaban por las calles de las ciudades, aunque lo eran 1000 veces más que lo son ahora. Tampoco el usuario medio actual del automóvil lo ataca directamente, pero amparado en el anonimato de la masa, se muestra intransigente o poco comprensivo ante un fenómeno que no es más que el resultado de la suma de las acciones de cada uno de los individuos de la colectividad.

No es para nadie un secreto, por ejemplo, que la paulatina sustitución del transporte individual por el colectivo soluciona muchos problemas de tráfico y de contaminación, los que así lo reconocen exigen una infraestructura de transporte adecuada y, por tanto, indirectamente y sin saberlo, están pidiendo una elevación de los impuestos que permitan su financiación; sin embargo, una mayor presión fiscal orientada a este fin no merece la aceptación popular: esta es la gran paradoja ambiental y es aplicable a la tasa de residuos, tasas de vertido, etc., y no es mas que aplicar el consabido principio de “quien contamina, paga”.

Según esto, podemos decir que un grave problema con el que tropieza la economía circular es el divorcio entre los derechos colectivos y los individuales; otro problema no menos importante, es la resistencia a reconocer que el contribuyente es, en definitiva, quien da la pauta de la eficacia de aquella.

Curiosamente se está dando un hecho a nivel planetario, derivado del Cambio Climático. Los impactos relacionados con el consumo de los recursos están convergiendo. Según la UNEP, las regiones que generan un alto impacto sobre el clima experimentan menores impactos per cápita; mientras que las regiones que generan bajo impacto sufren un mayor impacto per cápita. Estos extremos muestran que, en general, algunas regiones están causando impactos por encima del promedio en función de su consumo, mientras que otras regiones, especialmente África, solo generan impactos ambientales menores en relación con el consumo per cápita[2].

En la actualidad ya no se puede imponer a una comunidad determinada que soporte los inconvenientes no deseados de las actividades económicas ni propias ni de otras. El comercio y la industria deben ser un complemento de las estructuras comunitarias y deben estar al servicio de la comunidad. La industria no debe ser en ningún caso, un incómodo vecino. No debe implantarse con menosprecio de los intereses de la comunidad, ni debe conllevar una intolerable apropiación indebida y gratuita del capital natural que pertenecen a la comunidad y que hasta ahora se consideran carentes de dueño y gratuitos.

Mantener el equilibrio entre el impacto del uso de los recursos y el desarrollo de infraestructuras seguramente requerirá intervenciones en términos de políticas. Los avances en materiales, combinados con tecnologías y métodos de producción innovadores tales como la fabricación y construcción digital, pueden ayudar a equilibrar los impactos del uso de recursos con respecto al desarrollo de infraestructuras. La intensificación estratégica como parte de las estrategias de diseño urbano puede reducir la demanda de materiales, estableciendo a través de las ciudades nodos bien conectados en red, densificando las ciudades y prestando servicios a los ciudadanos a distancias cortas, reduciendo así la demanda de movilidad[3].

Para ser consecuentes con estos objetivos, en cualquier acción desarrollista, la comunidad no solo debe ser oída, sino que debe ser llamada a participar activa y decisivamente. Ahora bien, demonizar al individuo para que consuma menos, despilfarre menos, coja el coche menos o prescinda de él, no es la fórmula, dado que debe conllevar alternativamente soluciones a las industrias que proveen estos bienes y servicios de consumo que queremos aquilatar, es decir, reducir en origen a través del ecodiseño, ofertando nuevos productos y servicios sostenibles y circulares. Lo contrario lleva a una descapitalización del tejido empresarial, paro y descontento en general, teniendo que asumir el sector público el gasto social ocasionado para mantener a una población en condiciones de vida aceptables.

La contaminación es la sublimación del auge industrial conseguido al cabo de un siglo y medio de la primera de la revolución industrial. Como ocurre al final de todas las revoluciones, la revolución industrial dio paso a un nuevo modelo de sociedad que modificó los hábitos y el hábitat de la población; y como ocurre con todos los procesos de cambio, al alcanzar la culminación o plenitud del proceso aparece la crisis en forma de subproductos inesperados. Dichos subproductos vienen a ser el rechazo del trasplante de la tecnología sobre la naturaleza, dado que la tecnología es un elemento extraño a la naturaleza que rompe el equilibrio ecológico. La capacidad creativa del ser humano, sin embargo, es capaz de concebir tecnologías limpias o sin residuos tales que sean fácilmente asimiladas por el medio. Eso sólo se consigue mediante una transición hacia un futuro sostenible y circular siendo esencial desvincular la actividad económica y el bienestar humano del uso de los recursos naturales y los impactos ambientales. Lograr la desvinculación es posible y puede reportar beneficios sociales y ambientales significativos, incluida la reparación de daños ambientales pasados, al tiempo que se contribuye al crecimiento económico y el bienestar humano. Las intervenciones en materia de políticas, las tecnologías ecológicamente racionales, los esquemas de financiamiento sostenibles, el desarrollo de capacidades y las alianzas público-privadas pueden todos ellos contribuir a estos objetivos[4].

[1] Schandl, H. y J. West, 2010: Resource use and resource efficiency in the Asia-Pacific region. Global Environmental Change-Human and Policy Dimensions20(4): 636-647
[2] file:///C:/Users/jv/AppData/Local/Temp/GRO_2019_SPM_SP.pdf
[3] International  Resource  Panel  (IRP).  (2018c).  The  Weight  of  Cities: Resource  Requirements  of  Future  Urbanization.  Swilling,  M.,  Hajer, M., Baynes, T., Bergesen, J., Labbé, F., Musango, J.K., Ramaswami, A., Robinson, B., Salat, S., Suh, S., Currie, P., Fang, A., Hanson, A. Kruit, K., Reiner, M., Smit. Nairobi, Kenya: A Report by the International Resource Panel. United Nations Environment Programme.
[4] International Resource Panel, 2011: Decoupling natural resource use and environmental impacts from economic growth, A Report of the Working  Group  on  Decoupling  to  the  International  Resource  Panel. Fischer-Kowalski, M., Swilling, M., von Weizsäcker, E.U., Ren, Y., Mori-guchi, Y., Crane, W.

José Vicente López Álvarez,

Director del Grupo de Innovación Ambiental y Economía Circular. Universidad Politécnica de Madrid
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